Presidió
el Conicet y el Laboratorio de Embriología Molecular de la UBA. Denunció los
efectos devastadores del glifosato.
Carrasco falleció a los 68 años.
Por Luis Emilio Blanco
/ La Capital (lblanco@lacapital.com.ar)
En la mañana del sábado
murió Andrés Carrasco, el científico que en 2009 decidió dar el gran paso de
ventilar el resultado de sus estudios sobre los efectos devastadores del
glifosato y enfrentar a los líderes del modelo agroindustrial y a la ciencia
adepta al sistema impuesto por las grandes corporaciones que lo fomentan. Su
desaparición conmocionó a integrantes de organizaciones sociales, habitantes de
pueblos fumigados y ambientalistas que tomaron como estandarte sus deducciones
científicas sobre la toxicidad del glifosato.
No fue una lucha contra
los agroquímicos. Fue una reacción desesperada que lo llevó a advertir al país
y al mundo que el glifosato, el agroquímico más usado en el modelo agrícola
nacional, tenía efectos nocivos sobre los embriones de vertebrados. Carrasco,
el científico que con categoría de investigador principal presidió el Conicet,
fue director del laboratorio de Embriología Molecular de la UBA y, a sabiendas
de que sería muy criticado, aviso a la población, mediante la prensa, −un canal
informal para esos fines− que los intereses de quienes lideran la economía
mundial ponían en serio riesgo su salud.
Carrasco, quien murió a
los 68 años, prefirió vencer el temor por represalias y anunciar los resultados
de sus estudios y acompañar en su lucha a los pueblos fumigados antes de que se
publicaran en revistas científicas, lo que fue mal visto por sus pares y usado
como argumento para desacreditarlo.
La noticia de su muerte
conmovió a los habitantes de los pueblos fumigados e integrantes de organizaciones
socioambientales quienes reflejaron su pesar en las redes sociales. Su
desaparición impactó a los que lo adoptaron como aliado cuando desde su
encumbrada posición en el mundo de la ciencia cuestionó el modelo
agroindustrial, el letargo estatal y los catedráticos que lo avalan.
En 2010 su labor fue
publicada por la revista especializada de EEUU Chemical Research in Toxicology.
Esa difusión le dio el reconocimiento en el ámbito científico internacional y
refutó los argumentos de los defensores del modelo agroeconómico instalado en
la Argentina. "Lo mío fue una contribución a un debate que no lideraron
quienes debieron hacerlo", dijo entonces a La Capital.
"Lo que sucede en la
Argentina es casi un experimento masivo porque en ningún lugar del mundo hay
tantas plantaciones de soja", dijo, y aclaró que su trabajo no concordaba
con las recomendaciones de la Secretaría de Agricultura, que clasifica al
glifosato como de baja toxicidad. "Todo lo contrario de lo que afirman
estudios diversos, que confirman la alteración de mecanismos celulares y
contrario a lo que padecen los afectados", argumentó.
Por sus palabras, que
llevó con vehemencia a las provincias sojeras y a otros rincones del mundo,
sufrió una campaña de desprestigio, amenazas, presiones políticas y hasta
agresiones físicas.
Su intención era que sus
discursos sirvieran como punto de partida para un debate profundo que va más
allá del uso de un plaguicida sino de un modelo tecnológico que exige su uso,
penetra en la soberanía, concentra el poder económico y enferma a la población.
Un objetivo que alcanzó con creces y que replicarán con orgullo sus seguidores
y compañeros de lucha para honrar su memoria.
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